De unas décadas para acá, la calidad de vida de nuestros caficultores se ha deteriorado alarmantemente. Los problemas son múltiples y complejos: bajos precios, incremento en el valor de los insumos, escasez de mano de obra, baja productividad. Pero hay algo mucho más grave.
A pesar de contar con suelos fértiles y suficiente agua, el caficultor a duras penas produce algo de los alimentos que consume en su dieta diaria. Un círculo vicioso y perverso se abre y se cierra en torno a la cosecha. El café se convierte en una simple mercancía que es cambiada por dinero para, entre otras cosas, comprar los alimentos y pagar las deudas acumuladas durante el transcurso del año.
Paradójicamente puede observarse al campesino bajar hasta el pueblo para adquirir alimentos que bien podrían producir en su finca. En Mercal se abastece de pollos brasileños, huevos de El Tunal, caraotas argentinas, arroz colombiano e inclusive café empacado; así como productos de la Polar. De esta lamentable situación se aprovechan una buena cantidad de intermediarios, usureros y especuladores.
En épocas anteriores la realidad era completamente diferente, ya que el café era considerado como un cultivo complementario. Cerdos, gallinas, vacas, maíz, caraotas, arvejas, quinchonchos, etc. conformaban sólo algunos de los alimentos producidos en suelo sanareño.
¿Cuándo se produce el cambio en ese sistema de vida? Habría que investigar. Sin embargo, lo más importante en este momento es revertir tan aberrante situación. Debemos comenzar por el rescate de ese tipo de agricultura (autosustentable y amigable con el ambiente); crear buenos hábitos alimenticios; recuperar las semillas perdidas o casi extintas y, sobre todo, trabajar arduamente por fomentar el amor hacia el trabajo, hacia la tierra y hacia las costumbres ancestrales.
¿Dónde debemos dar la batalla? Por lo pronto, en las escuelas, universidades, Misiones y comunidades organizadas.
¿Cómo emprender tan urgente y necesaria causa? Creando huertos escolares y comunitarios; reivindicando el conuco; bancos de semillas y ayuda técnica en las áreas de agroecología y permacultura.
Creemos que el Plan Café debe redireccionarse. Los créditos deberían dirigirse no solamente a la siembra o renovación de cafetales, sino a consolidar verdaderas fincas cafetaleras integrales.
Granjas y proyectos pilotos en sitios estratégicos deberían ser diseminadas a todo lo largo y ancho del eje cafetalero venezolano. Por allí es donde conquistaríamos la verdadera soberanía agroalimentaria.
La lucha contra el monocultivo debe ser una prioridad de todos, porque como diría Malcom X: “Si no eres parte de la solución, eres parte del problema”
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