CUALQUIER SUMISION ES NUESTRA DERROTA. SOLO LA ACCION SOBERANA DEL PUEBLO ES LIBERTAD

lunes, 2 de mayo de 2011

La tala, los sueños infantiles y la Misión Vivienda Venezuela





"Que en todos los puntos en que el terreno prometa hacer prosperar una especie
de planta mayor cualquiera, se emprenda una plantación reglada a costa del Estado,
hasta el número de un millón de árboles, prefieriendo los lugares
donde haya más necesidad de ellos"
Decreto de Chuquisaca
19 de diciembre de 1825. Simón Bolívar.

Árbol donde es tan sosegada
la pulsación del existir,
y ves mis fuerzas la agitada
fiebre del mundo consumir

Árbol que no eres otra cosa
que dulce entraña de mujer,
pues cada rama mece airosa
en cada leve nido un ser
Himno al árbol de Gabriela Mistral

¡Cambiemos el sistema, no el clima!
Consigna popular lanzada en la Cumbre de Copenhague (COP15) Dic 2009,
recogida en la Declaración de los Pueblos por la Justicia Climática


Que se elimine el himno al árbol, que desaparezca, que se olvide, que se borre de la memoria para siempre. Decretemos el fin de la hipocresía de una buena vez y hagamos himnos al cemento y al concreto, para ser coherentes. No le arriesguemos más ilusiones a las quimeras, aquí a nadie le importan los árboles, viejos o nuevos, recién sembrados o centenarios. Desmiéntame. Lo sé. Sé que la Misión Árbol, proyecto bandera del ecosocialismo bolivariano ha conformado 3.634 comités conservacionistas —a ellxs especialmente me dirijo aquí— a lxs treinta y ocho mil trescientos cincuenta y cinco (38.355) almas sensibles y guardianes del ambiente que los conforman. Sé también que la Misión Árbol ha ejecutado 967 proyectos educativos y que han alcanzado los 2.590 proyectos comunitarios. También sé que todas estas almas ecologistas han recolectado 125.249 kilos de semillas que esperan siembra, que además establecieron 2.796 viveros, esas maternidades vegetales tan esperanzadoras para la humanidad. Me consta que han producido, para fortalecer aún más esa esperanza, más de treinta y siete millones noventa y tres mil setecientas cinco plantas: 37.093.705 y que han plantado veintidos mil setecientas sesenta y cuatro (22.764) hectáreas de verde. También sé que esta maravillosa idea que nos coloca a la vanguardia de las acciones ambientalistas más urgentes que requiere este empobrecido planeta fue responsabilidad de Hugo Rafael Chávez Frías, fue su culpa también. Él, bolivariano como es, conocedor avezado de los textos de Bolívar, inspirado en el Libertador, una vez más, retomó Chuquisaca, decreto de 1825 de ese visionario que en su momento era perfectamente consciente de la importancia estratégica de la siembra de árboles para conservar los ríos y la producción de oxígeno y agua, en fin, para la vida misma. A Chávez también le hablo, voté por él y lo seguiré haciendo.

No soy atea, para decepción de muchxs e indiferencia de otrxs. Y sé muy bien que este es un Estado laico, y que Dios debe tener asuntos muchos más urgentes que resolver, como los bombardeos de la OTAN a Libia, sin embargo, en este caso, hasta la protección e intervención divina invocaré, ningún apoyo está demás. Que Dios nos ayude. El 2011 es el año internacional de los bosques, establecido así por la Organización de las Naciones Unidas. Y aunque estas cosas sean un saludo a la bandera y las Metas del Milenio son tibias comparadas con las del Gobierno Bolivariano, aunque sea por cuestión de formas, hemos estado promocionando y dándole cumplimiento a estos indicadores impuestos por el foro internacional. Lo duro, es que se convierte en una burla, una amarga ironía que ahora en nombre del desarrollo, el progreso, la solidaridad y la necesidad de viviendas de mis compatriotas y hasta del buen vivir, inspirado en el quichua SUMAK KAWSAY o el SUMA QAMAÑA aymara, vengan a talarnos los árboles para construir viviendas...

En nombre del buen vivir no pueden arrasar con los espacios verdes —pocos y maltratados— de la gran Caracas. Es el caso del proyecto planteado para el Paseo Vargas y las zonas aledañas de la avenida Bolívar, a la altura de Parque Carabobo. ¿Qué es eso? ¿A quién tengo que pedirle explicaciones, por favor? Honestamente me niego a pensar que un arquitecto y poeta como Farruco Sesto avale la tala en pleno centro de la ciudad, donde más tránsito automotor existe y donde más se requiere vegetación que absorba CO2, principal gas responsable del efecto invernadero. Supongo que no tendría que abundar en defensa de los árboles. Ya Chávez lo dijo delante de los miles que asistimos a la inolvidable marcha del 1ero de Mayo en la Av. Bolívar, teniendo a los árboles como testigos: El socialismo, o es ecológico, o no es socialismo. Si predicamos el ecosocialismo, seamos coherentes y actuemos en consecuencia.

También es verdad que mis compatriotas necesitan viviendas, pero veamos a qué precio y con qué criterios se realiza la planificación de este crecimiento urbano, en pleno corazón de Caracas, la malquerida. Suponiendo que la haya, claro. Quiero pensar que hay planificación, que hay coordinación entre los diferentes niveles de gobierno y entre los distintos decisores responsables. Porque me niego a pensar que un ingeniero sobresaliente y revolucionario como Ricardo Molina, ministro de Vivienda y Hábitat, avale la tala de árboles. Me niego a creer que la ingeniera Jacqueline Faría, corredactora de la bellísima Ley Orgánica para la Prestación de los Servicios de Agua Potable y Saneamiento (LOPSAPS) que ha dado más derechos que deberes a los suscriptores, que ha establecido el agua como bien de dominio público no privatizable, me niego a creer que ella, en su condición de jefa máxima del Gobierno Capital, respalde la tala y destrucción de la naturaleza. Ella luchó a brazo partido contra la minería ilegal en el estado Bolívar, rechazó los ecocidios producidos por la explotación del carbón en El Socuy, nos explicó brillantemente a lxs venezolanxs cómo preservar la cuenca del Caroní. El poeta Jorge Rodríguez, psiquiatra y alcalde del municipio más conflictivo de la Gran Caracas, sabe lo que significan los espacios recreativos. A él, espero yo, no le pase lo que a Bernal, que dejó levantarse un elefante blanco esperpéntico como lo que sería el Sambil, ahora refugio de algunos compatriotas desamparados por las más recientes lluvias de diciembre pasado.

Aquí estamos ante un conflicto de uso de los espacios, unos deseamos que los terrenos del Paseo Vargas permanezcan verdes y permitan el funcionamiento de escuelas de fútbol infantil. Estos niños que practican deportes en ese espacio no amenazan a los árboles, al contrario, allí sueñan y juegan bajo sus sombras, allí desarrollan disciplina, camaradería, espíritu de equipo, allí, como los árboles, no perjudican a nadie, todo lo contrario. La construcción de viviendas para lxs compatriotas damnificadxs es urgente y legítima, pero no a costa de un pequeño bosque estratégicamente ubicado entre tanto asfalto, cemento y monóxido. Sabemos que la visión de desarrollo capitalista no dudaría ni un momento en su visión de rentabilidad si tuviera que elegir entre unos árboles que cobijan a niños de escasos recursos que con mucho esfuerzo practican fútbol bajo su sombra y un conjunto de viviendas o un centro comercial. Ni hablar del impacto que tendrán en los precarios servicios públicos al abultarse la densidad poblacional de esta zona.

El conflicto de uso podría resolverse aplicando la ley y el sentido común, no el oportunismo y la demagogia que nos cobrará carísimo estos desmanes en el futuro inmediato. La solución a la crisis de vivienda pasa por la planificación que respete la naturaleza, no puede depredarla, arrasar árboles y zonas verdes y hundirnos en el asfalto y el cemento. Es un problema ético político resolver estas cuestiones procurando el equilibrio, pero además, privilegiando la visión ecológica, la dimensión humana de la ciudad. Creo que un imperativo ético nos llama a la coherencia entre nuestra prédica y nuestras acciones. Si el Paseo Vargas fue un proyecto concebido para el esparcimiento y la recreación, deberíamos repensarlo sin mezquindades ni miopías que atropellan a los más vulnerables. No es poca cosa lo que nos dice el planeta con el calentamiento global y la alteración de los ritmos de la naturaleza que nos castiga con inundaciones, sequías extremas, tornados, tsunamis. En cada pequeño acto, en cada árbol que talamos, cada desecho con el que contaminamos, contribuimos al desequilibrio de los ecosistemas y no nos salvaremos de las consecuencias que de paso dejaremos de herencia a los que vienen. Impidamos la tala de estos árboles, porque las vainas son verdes. Articulemos la lucha en su defensa.

Diana Ovalles Márquez
Vecina de Parque Carabobo, usuaria del Paseo Vargas, amante de Caracas, la malquerida.