El profesor Jhonny Balza me dio varias clases de esas que no se olvidan, durante nuestra incursión (intensa e inconclusa) en la escuela de Historia de la UCV. Esta aclaración la hago porque debo hacerla: ninguna acusación o señalamiento podría hacerle a este caballero, ni en lo personal ni como el militante y dirigente político que ha sido durante más años de los que yo puedo recordar de mi vida. Así que yo he dicho y seguiré diciendo cosas sobre el Estado y el patético empeño de algunos compatriotas chavistas, funcionarios de este Gobierno, de intentar hacer una Revolución utilizando bases jurídicas e institucionales heredadas del Estado burgués, pero ninguna de esas cosas amargas pueden ir dirigidas al amigo Balza, básicamente porque ningún ataque contra la integridad moral o política de ese caballero tiene posibilidades de prosperar.
Hoy, Jhonny Balza es director del Instituto de Altos Estudios Diplomáticos “Pedro Gual”. En tal carácter, me invitó hace unas semanas a participar en un foro sobre el tema de los medios de comunicación en Venezuela. La actividad se llevó a cabo el miércoles 9 de mayo en la Casa Amarilla; me acompañaron en el panel (o yo las acompañé) las periodistas Hindu Anderi y Helena Salcedo.
En esa actividad hice y dije esencialmente lo mismo que he escrito y dicho todas las veces que me ha tocado disertar sobre mi visión del mundo enfrente de un auditorio chavista. Allí estaban, funcionarios altos y medios de la cancillería, profesores y estudiantes del Instituto Pedro Gual, público en general. Ah, y un grupo de niñas de Protocolo, una de las cuales me dio al final la mayor satisfacción de la jornada.
Ante todos los presentes, dije cuál es la definición de la palabra o concepto “Revolución” que me parece más acertada: un accidente de la historia durante el cual los ciudadanos se aplican a demoler las instituciones y convenciones establecidas (generalmente con el fin de levantar nuevas instituciones y nuevos paradigmas), o al menos a ponerlas bajo cuestionamiento.
Les dije que, a la luz de esa visión del tiempo revolucionario, resulta un poquito bastante raro el que en Venezuela se proclame que estamos en Revolución pero los dirigentes han sido incapaces, ya no de demoler, sino ni siquiera de cuestionar algunas entidades sacrosantas: la universidad, la noción de Dios, la Ley de Ejercicio del Periodismo.
Les dije que deberíamos comenzar por cuestionar a la academia, esa fábrica de imbéciles por antonomasia, de la cual alguna gente está orgullosa porque su fundación data del siglo 18 tal vez sin darse cuenta que con ello están celebrando el talante colonial de una institución profundamente anquilosada por origen, estructura y funcionamiento.
Les dije que bien difícil será dar ese paso desde el Gobierno bien intencionado que tenemos hacia una etapa genuinamente revolucionaria, si seguimos empeñados en cantar loas y alabanzas gratuitas (o tarifadas) al Gobierno, si nos empeñamos en decir que todo cuando haga y proponga Chávez está bien, y si no le ponemos empeño para cuestionar aunque sea a Dios, figura y concepto al cual es preciso bajar a patadas del pedestal en que lo tenemos porque esa mierda ha sido otra arma más de dominación.
Les dije que esa edificación en la que estábamos era una casa construida de acuerdo con criterios autoritarios, de acuerdo con una visión de la sociedad que pretendía que el Poder y los poderosos son más importantes que los ciudadanos comunes, y esa era la razón por la cual ese recinto no estaba lleno de amas de casa, estudiantes y pobres en general: ese recinto se construyó para hacer sentir empequeñecido y aculillao al ciudadano, y todavía hay gente que se persigna al entrar allí porque cree que esa mierda es sagrada.
Les dije que si tan difícil ha sido cuestionar a la academia, a Dios y al Estado adeco que aún sobrevive, mucho más tenía que serlo el cuestionar leyes también adecas de las muchas que nos rigen y limitan, como por ejemplo la Ley de Ejercicio del Periodismo (con lo cual aterricé por fin en materia).
Les dije que los gloriosos licenciados en Comunicación Social de este país se aferran a esa maldita Ley con un fervor digno de mejor causa, cuando es evidente que ese instrumento nos convierte en delincuentes a millones de venezolanos, ya que según su artículo 2 es preciso haber estudiado en una escuela de periodismo para poder ejercer esa profesión, cuando la realidad indica que en todos los barrios, pueblos y caseríos del puto país hay al menos una emisora comunitaria y/o circula un papel llamado periódico comunitario o alternativo.
Les dije que estamos en un momento patético en el cual los ciudadanos caminamos más rápidamente que las Leyes y que quienes legislan se empeñan en criminalizarnos en lugar de actualizar y sincerar las leyes.
Les dije que esa basura de ley, esa soberanísima mierda, debe ser abrogada por referendo o violentada por los ciudadanos en su accionar cotidiano: yo ejerzo el periodismo sin ser licenciado un coño; entonces venga la policía y captúreme. A mí y a millones de venezolanos que andamos en lo mismo.
Les dije que el fondo del “problema” de la comunicación en Venezuela no tiene que ver con que RCTV es golpista y Marcel Granier un hijueputa, sino con que el Gobierno está metido en un problemón que cada día se complica más: el 27 de mayo tendrá una señal y una programación más que llenar, pero aparte de esa tiene a Telesur, a La Tele, la señal de Puma TV, a Ávila TV.
Les dije que antes, cuando era ilegal andar sacando periodiquitos alternativos y facinerosos, uno primero averiguaba si tenía algo que decir y después averiguaba cuánto y qué medios necesitaba para decirlo, y que hoy se ha volteado la tortilla: ahora hay real por coñazos y espacios disponibles y todavía uno no sabe qué coño va a contener la nueva programación de RCTV.
Les dije que la única gente que hoy por hoy estaba haciendo una televisión distinta en Venezuela era la gente de Ávila TV, y que eso tenía que ver con que los muchachos que están trabajando allí no tienen en la cabeza el disquito de “Uh-ah-Chávez no se va”, que esos carajitos son una parranda de greñúos y mariguaneros libertarios y que eso era garantía de calidad en un país que está de espaldas a la creatividad.
Les dije que yo no ando reclamando, comprando ni mendigando etiquetas, y mucho menos la de revolucionario; que me conformo con mi condición y mi conducta de bicho libertario, de ciudadano sin jefe, que es lo mismo que decir que no tengo amo ni dueño, y que por lo tanto nadie va a venir a sojuzgarme con mariqueras del tipo “Si no te inscribes en mi partido eres adeco y contrarrevolucionario”.
Fin de la intervención. Una mujer se me acercó para que le firmara una columna del viejo Matías Jáuregui, otro me pidió que le firmara un libro, dos o tres personas más se acercaron a saludarme, muertos de la risa. Los demás me miraban de reojo y por encima del hombro.
***
La mujer de Protocolo que me hizo feliz fue la que despidió a los distinguidos invitados: “Yo les pido perdón porque este sí es un espacio austero y respetable, y aquí se dijeron cosas y se utilizaron expresiones fuera de lugar. Yo tengo vergüenza ajena, yo les pido perdón por las cosas que escucharon aquí”.
Misión cumplida: la Misión Boves entró en la Casa Amarilla, estremeció algunas (in) conciencias, confundió a muchos, pasó a cuchillo a la mojigatería, la santurronería, la pacatería disfrazada de “moral y buenas costumbres”. La Misión Boves no descansará hasta que las instituciones no queden totalmente llenas de la rabia, los olores, las palabrotas y la energía limpia del pueblo.
José Roberto "Perro" Duque (escrito en 2007)
Ilustración Rukleman Soto
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