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viernes, 18 de mayo de 2012

Reflexión precocida sobre las arepas de verdad y las arepas de embuste



En algún momento de la primera mitad del siglo 20 el capitalismo industrial no había entrado con toda su potencia en Venezuela y nuestro país podía jactarse de conservar algunos rasgos culinarios propios, por ejemplo la arepa pelá: esas arepas de verdad con maíz de vedad y hecha por unas mujeres tiernas (nuestras bisabuelas) que cortaban las mazorcas, las desgranaban, pilaban el maíz (primero con pilones de madera y luego con molinos manuales), hacían la masa, la amasaban, la ponían en el fogón.
Eran procesos caseros y artesanales y tenían carácter ritual, porque mientras estaba lista la arepa se conversaba, se tomaba café, la gente entraba en comunión. Eso era una arepa: más que un alimento, un objeto cultural en el que se invertía tiempo, esfuerzo y mucho cariño.
Hacia los años 40 se disparó el éxodo masivo hacia las grandes ciudades, donde a la gente se le ofrecían oportunidades dizque para trabajar. Pero "trabajar" ya no era lo que fue en algunas parcelas no latifundizadas del campo sino que pasaba por un trámite de mierda: cumplir un horario, marcarle tarjeta a un patrón. Como verás, ya no quedaba tiempo ni para sembrar y cosechar el maíz, y tampoco para desgranarlo, pilarlo y ponerla al budare; en la ciudad ya no hay tiempo para echar la conversa en el desayuno ni para tomarse el cafesito, porque si sales 5 minutos después de lo previsto te agarra la maldita cola y llegas tarde al trabajo.
En aquel contexto del comienzo de la locura metropolitana aparece un señor llamado Luis Caballero Mejías, quien inventa, descubre o sistematiza uin proceso industrial para producir harina de maíz precocida. A ese viejo de mierda, quien con su hallazgo se llevó en los cachos cientos de años de cultura y de ternura de abuelas (luego aparece la tostiarepa y ya de las abuelas no queda ni siquiera el olor a budare), se le recuerda con cariño como el "inventor" de lo que hoy conocemos como arepa: una mierda blanca-pálida que no sabe a nada a menos que le eches mil rellenos (de ahí el éxito de las areperas y sus combinaciones insólitas y "con bastante mantequilla"). Pues bien, ese tipo le hizo el gran favor al capitalismo emergente, la familia Mendoza le hizo el favor de comprarle al Caballero Mejías, en cinco centavos, la patente de su invento, se hizo millonaria vendiéndonos esa mierda de la que la gente hoy está orgullosa porque cree (de verdad cree, como Rossana y como millones de nosotros) que
ESA MIERDA que nos estamos comiendo a diario son arepas. Vacila el resto de la tragedia: en algún momento la población venezolana empezó a crecer exponencialmente y la familia Mendoza, dueña de la nueva "arepa", se encontró con un detallazo: ya no era posible cubrir la demanda a punta de granos de maíz. No había ni habrá granos suficientes para producir la cantidad industrial de harina que se necesita para cubrir la demanda de arepas express: arepas sin esfuerzo ni cariño.
Entonces algún sabio que no sé quién coño es dio con la solución: agregarle algunas cositas a los granos, para "rendirlos" (así como cuando usted le echa agua y azúcar blanca (otra aberración) al batido de lechosa y lo convierte en una vaina aguada que remotamente recuerda a la fruta original, pero no es la fruta original ni de vaina). Ese "algo" es la mazorca completa, con todo y tusa, y parte de la planta. Usted echa todo eso en un horno industrial a 1.300 grados de temperatura y al rato sale una harina blanca, muerta, inorgánica, insulsa: eso ya no es maíz, eso es casi cal o talco, más bien almidón; eso no tiene ni proteínas ni fibra ni nutrientes ni nada.
Dato aparte: cuando usted siembra hectáreas y hectáreas y hectáreas de un solo rubro, maíz en este caso, también está "sembrando" enjambres y enjambres de plagas, y a estas sólo puede combatírseles con veneno, químicos: la muerte y la enfermedad empaquetadas elegantemente. Así que la harina precocida mata y no alimenta pero cumple con una función (que no es una necesidad de la persona sino del capitalismo): le llena el estómago al trabajador con una pelota que se queda ahí dando vueltas un rato y le quita la sensación de hambre, pero no lo nutre, no lo alimenta, no le aorta nada a su cuerpo. Si usted pasa un mes comiendo arepas de esas terminará desnutrido aunque convertido en una pelota de harina convertida en grasa, triglicéridos y arterias tapadas.
Ese es el cuentico resumido. Los datos sobre cómo se produce la harina precocida son orales, de compas del Movimiento Campesino Jirajara que trabajan en esas procesadoras de material inerte y que han estudiado y discutido esos procesos. Ya hay algo escrito sobre la maniobra mediante la cual los Mendoza le robaron a Luis Caballero Mejías su invento. Y el cuento de las abuelas es algo que se deduce fácilmente de cómo el capitalismo acabó con la poquita estructura cultural que teníamos como país antes de la industrialización de TODO lo que consumimos. Ayúdenme a averiguar más datos, pues.

J.R. Duque

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